
Por Hermann Rohr
El deseo de riqueza siempre ha sido una carga moral para la humanidad. A veces, incluso puede hacer que los amigos se conviertan en enemigos, llevando a la gente a traicionar a sus seres queridos o a su comunidad con tal de obtener beneficios tangibles.
Según un antiguo relato chino, una vez un hombre le preguntó a un maestro Zen: – “¿Qué es lo más terrible en el mundo?”
El maestro Zen respondió: –“¡Los deseos!”
Esta respuesta dejó al hombre perplejo… Al darse cuenta de esto, el maestro zen dijo: –“Déjame que te cuente una historia.“
¡El terrible oro!
Un día, un monje vino corriendo del bosque, y parecía muy ansioso. Cuando se topó con dos amigos, le preguntaron qué le pasaba.
El monje explicó: “He desenterrado algo horrible en el bosque – ¡oro!“ Los dos hombres dijeron:” ¿Qué hay de horrible en eso? Qué tonto eres al pensar de esa manera. Por favor, dinos donde encontraste el oro“.
El monje dijo: “Oh, eso es horrible. Además, devora a la gente “Los dos hombres se encogieron de hombros y respondieron:”¡No tenemos miedo. Sólo tienes que decirnos dónde lo encontraste!“. El monje les explicó: “Allá en el bosque, en el borde occidental del bosque“. Los dos hombres siguieron las instrucciones del monje y encontraron el oro.

Uno de los hombres le dijo al otro: “El monje es un tonto. Todo el mundo tiene el deseo de poseer algo de oro y él piensa que devora a la gente”. El otro hombre asintió con la cabeza.
Los dos hombres empezaron a planear cómo iban a extraer el oro de la mina. Uno dijo: “Debemos hacerlo durante la noche, cuando nadie nos pueda ver. ¿Por qué no te vas a casa a buscar algo de comida para nosotros, mientras espero aquí y custodio el oro? Cuando oscurezca, regresamos a la mina“. El otro aceptó y regresó a su casa por algo de comida.

El hombre que se quedó custodiando el oro pensó: “Si pudiera poseer todo este oro, no tendría más preocupaciones en la vida. Sí… tan pronto como regrese, lo golpearé con un palo de madera hasta que se muera“.
Mientras tanto, de igual forma el otro hombre que fue por comida, pensó para sí mismo: “Antes de regresar comeré y envenenaré el resto de la comida. Así, cuando muera, voy a tener todo el oro para mí“.
Esa noche, cuando el hombre regresó con la comida para su amigo, fue golpeado hasta morir. El asesino dijo: “Querido amigo, no me odies, odia a este oro antes que a mí“.
Luego se comió la comida que su amigo había llevado. Pocos minutos pasaron cuando él comenzó a sentirse mal, su estómago se estaba incendiado. Justo en ese momento, se dio cuenta que había sido envenenado y dijo: “Las palabras del monje son tan ciertas“.
La historia anterior nos recuerda un antiguo proverbio chino: Los hombres mueren por dinero y las aves mueren por comida.
Parece que la raíz de la codicia está en los deseos de nuestro corazón. La codicia acompaña al deseo y esto ha convertido a muchos buenos amigos en enemigos acérrimos.
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